La Capital de la Confederación Suiza
Dejando Ginebra atrás, me dirijo hacia Berna a través de la gran llanura suiza. A pesar de verlo desde dentro del coche, los paisajes son extremadamente bonitos gracias a los típicos pueblos entre praderas verdísimas a los pies de las montañas alpinas, así como los diversos lagos que bordean la carretera.
A medida que me acerco a la capital suiza, los nombres se van germanizando y los carteles dejan de estar en francés para ser escritos en alemán. El territorio suizo está dividido en cuatro comunidades lingüísticas:
La parte alemánica o de habla alemana, donde se encuentran Berna y Basilea, es la más grande y poblada. Sin embargo, el alemán no es la lengua verdaderamente hablada, sino el alemán suizo o Schwyzerdütsch, un dialecto germánico muy difícil de entender para cualquier estudiante de alemán o alemán propiamente. Aquí hay algunos ejemplos, de varios carteles que me voy encontrando por Berna:
La parte francófona o Romandía, donde se encuentra Ginebra y donde se habla francés, aunque a diferencia del alemán, hay escasas diferencias con el francés de Francia.
En menor medida, Suiza también posee una parte de habla italiana, así como de una pequeña lengua románica regional llamada romanche.
La diversidad lingüística del país helvético queda plasmada en este cartel a la entrada del Palacio Federal de Berna, donde se encuentra el Parlamento. De hecho, para respetar esta diversidad y evitar que ninguna comunidad se vea privilegiada, el nombre oficial del país se acostumbra a escribir en latín: Confœderatio Helvetica, así como el dominio nacional en internet (.ch) o símbolo de los francos suizos (CHF).
Volviendo a Berna, el hecho de estar aquí en un día tan lluvioso no pudo afear una ciudad tan bonita como lo es esta capital europea, se asemeja tanto a un pueblo de cuento de hadas y, en efecto, es la ciudad suiza menos poblada que visito a pesar de ser la sede del gobierno. Comencé mi trayecto por la ciudad en la plaza de la estación, donde me deja el tranvía, gratuito para turistas. A partir de allí, me paseo por las pintorescas calles hasta la Käfigturm, una preciosa torre del reloj que luego ya ni me asombrará, dada la gran cantidad de monumentos y belleza que me voy encontrando por Berna. Justo en aquella plaza, der Bärenplatz, se encuentra un pequeño mercado de flores y más allá el Palacio del Parlamento suizo. Detrás de la entrada hay una gran terraza, die Bundeshausterrasse, desde la que confirmo el ambiente bernés de pequeño pueblo.
Continúo por una por las calles principales, llamadas Marktgasse y luego Kramgasse. Me imagino que llueve muy a menudo, ya que la mayoría de las calles que voy atravesando tienen la acera peatonal cubierta, y la fuerte lluvia no detiene ni a los mercaderes de la plaza ni a los ciclistas de Berna. De la misma forma que a los Berneses, el clima no me impide disfrutar de la ciudad y voy de tienda en tienda, hay muchas chocolaterías, comercios de antigüedades y, sobre todo, farmacias antiguas. Además, a cada paso que das te encuentras con una fuente ornamentada, una estatua, otra torre del reloj como la Zytglogge o, incluso, dibujos y pinturas en los pasadizos recubiertos en plena calle sin que nadie lo estropee. Es una ciudad con muchísima cultura y, de hecho, por eso el propio Albert Einstein decidió vivir en ella durante una temporada, la casa que habitó hoy en día es un museo que tuve la ocasión de visitar.
Al final de la calle, se encuentra la enorme catedral de Berna con unas vidrieras preciosas y una gran terraza panorámica, Münsterplattform, desde la que veo que el casco antiguo se encuentra en un gran meandro del río Aar, afluente del Rin. Acto seguido, bajo la calle del ayuntamiento y luego me adentro por unas callejuelas que me llevan a ras de río. El color turqués del agua es impresionante y se parece totalmente a un pequeño pueblo a pesar de estar en el núcleo de la ciudad. Hay gente bañándose y también veo a unos jóvenes haciendo puénting.
Cruzo el puentecito hacia el Bärengraben, literalmente una fosa con osos en medio de Berna. Según la leyenda, el duque Berthold de Zähringen decidió que fundaría una ciudad con el nombre del primer animal que cazara por la zona en el año 1191 y, en efecto, este fue animal fue un oso. Por ello, el nombre de la ciudad "Bern" se asemeja a la palabra oso en alemán "Bär" y por extensión también en inglés como lengua germánica "Bear". Concretamente esto sucedió donde hoy se encuentra el Parlamento de Suiza y allí hubo este antiguo momento de una fosa de osos desde 1513 hasta el año 1857, cuando se trasladó al lugar actual. Sin embargo, cuando lo visité los osos dormían, pero las vistas al casco antiguo desde la zona eran increíbles y enterarme de esta leyenda allá arriba me hizo entender la obsesión por los osos por parte de los Berneses que los tienen incluso en la bandera. Decido continuar mi recorrido paseando por el bosque cerca del otro lado de río y así disfrutar más rato de estas vistas de la ciudad.
Vuelvo a subir hacia arriba y a cruzar el río para adentrarme otra vez en la ciudad, veo muchísimos museos, el famoso casino, el gran teatro y unas vistas del Parlamento maravillosas; pero sobre todo y evidentemente un montón de calles, callejuelas y plazoletas hermosísimas. Acabo mi estancia en Berna probando por primera vez un pretzel y la vendedora me responde "Merci" en lugar del típico "Danke" que se esperaría de una ciudad de habla alemana, veo así que el alemán suizo tiene mucha influencia francesa.
Pensaba que mi viaje por Berna se acabaría allí, pero me equivoqué de tranvía y terminé en las afueras, sin embargo, me hizo ver que la ciudad era bonita, incluso, lejos del centro. De toda la ruta por el Rin, Berna es sin duda una de las ciudades más bonitas que haya nunca pisado. Rodeada de naturaleza, artes e historia es una parada obligatoria y de las mejores que se pueden hacer en toda Europa, os aseguro que no os podría dejar indiferentes.
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