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  • Àlex Soliva Fò

FRIBURGO

La Capital de la Selva Negra

Después de quedar boquiabierto con Berna, continúo mi ruta por el Rin hacia arriba y entro por primera vez en Alemania. Atrás quedan los paisajes verdes de valles entre montañas de Suiza y, de repente, la carretera se encuentra en medio de un gran bosque de color muy oscuro: la Selva Negra o Schwarzwald en alemán. Me sorprende mucho que la autopista no tenga ningún límite de velocidad y aún más que en las gasolineras se tenga que pagar para poder ir a los aseos, luego descubro que así sucede en todo el país y, de hecho, en gran parte de Europa.


Finalmente llego a la que se conoce como capital de la Selva Negra: Friburgo de Brisgovia. En alemán, Freiburg ("ciudad libre") y al haber tantas ciudades en los países de habla alemana con este nombre, se acompaña del nombre de la región. Incluso, durante mi trayecto hacia esta ciudad pude leer un cartel que llevaba a otro Friburgo de Suiza, por lo que hay que tener cuidado de no confundirse como lo hice yo.


Una vez allí, fue un cambio radical de lo que llevaba visitando por Berna y Ginebra, parece que en lugar de una ciudad más poblada que la propia Lleida, esté en un pequeño pueblo alemán. Pero es por eso que se me hace un destino súper pintoresco, gracias a las casitas de colores pastel y un estilo de vida mucho más relajado. Por primera vez en el recorrido, no sigo ninguna ruta concreta y me dejo perder por las callejuelas friburguesas. Cabe destacar, sin embargo, la gran catedral de Friburgo y el bonito edificio rojo de la misma enorme plaza, llamado Historisches Kaufhaus, un antiguo almacén medieval por los comerciantes que pasaban por la ciudad.



El clima friburgués característico por la lluvia y el hecho de situarse justo en la ladera de una colina han provocado que la ciudad desarrolle una vasta red de pequeñas canalizaciones en la mayoría de las calles, que los locales llaman Bächle o literalmente riachuelos en castellano, para que el agua pueda ser evacuada hacia los numerosos canales que cruzan Friburgo. El agua es siempre protagonista en las calles, dándoles mucha vida con niños jugando en ellos y según una leyenda, los solteros que pongan sin querer el pie a alguno de estos arroyos, deberán casarse con una persona de la ciudad.



También es recalcable la atmósfera universitaria de la ciudad, dado que posee una de las universidades más antiguas y de renombre de Alemania, por lo que las calles están llenas de jóvenes y un poco de arte urbano, sobre todo en el barrio universitario donde se encuentran el teatro y la biblioteca que contrasta por su modernidad. Sin embargo, Friburgo mantiene al mismo tiempo un carácter bastante tradicional con numerosas tiendas de antigüedades y productos caseros, además de los numerosos museos a lo largo de toda la ciudad como el de arqueología que tengo la suerte de visitar.



Después de recorrerme toda la ciudad, me detengo cerca de la Martinstor, un antiguo portalón medieval, dado que veo una cafetería que ofrece el típico pastel de la Selva Negra: la Schwarzwälder Kirschtorte. Honestamente, no me gustó nada por lo extremadamente dulce que era, pero no podía marcharme de la región de Baden sin probarlo. Eso sí, allí puedo confirmar que los alemanes y suizos de habla alemana no se parecen tanto en cuanto a carácter, a pesar de hablar la misma lengua. Acto seguido, me dirijo hacia la Schwabentor, otro portalón medieval de la ciudad.



Entonces comencé una ruta por la colina que queda pegada al centro de la ciudad, llamada Schlossberg ("montaña del palacio"), dado que antes había un palacio milenario que quedó en ruinas después de la primera guerra mundial. De hecho, a lo largo del camino de subida veo algunos vestigios históricos de lo que un día fue un gran castillo, y los nombres de los diversos miradores que voy cruzando indican que es lo que había antes en aquel lugar, como la Kanonenplatz ("plaza de los cañones") o la Ludwigshöhe. Por otro lado, las vistas desde la colina son impresionantes y se ve el gran y vastísimo bosque de hoja oscura que constituye la Selva Negra.




Me hubiera gustado acabar mi día friburgués en el Biergarten del Schlossberg, pero estaba cerrado por las fuertes lluvias, por lo que simplemente me quedo para admirar la puesta de sol desde la colina. A pesar de no ser una ciudad muy grande, Friburgo tiene mucho que ofrecer por su ambiente de pequeño pueblo alemán que los otros destinos de la ruta no tendrán,  además de que no está tan masificado y, por tanto, representa mejor y más auténticamente el estilo de vida local.



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