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  • Àlex Soliva Fò

HEIDELBERG

La Capital cultural del Valle del Neckar

Subiendo el Rin, llego a la ciudad de Heidelberg. No tiene nada que ver con Friburgo, el destino anterior. Se trata de una localidad mucho más grande, con muchos más monumentos por visitar y sobre todo una gran afluencia de turistas; por lo que me espera un día movidísimo.


Comencé mi visita por la larguísima calle mayor o Hauptstraße de la ciudad alemana, la cual mide más de dos kilómetros. Los edificios son preciosos y hay tiendas literalmente de cualquier cosa, sobre todo como fanático de las piedras encontré muchísimas y muy diversas. Me llama la atención una especie de pastelería donde solo venden unos dulces llamados "Schneeballenträume" y hablando con el vendedor me explica que es una golosina típica de la región histórica de Franconia, una zona del centro de Alemania muy cercana a Heidelberg. Evidentemente no puedo negarme y probé los literalmente "sueños de bola de nieve", estaban más que buenísimos.



Acto seguido, tiro un poco atrás hacia la plaza de la universidad, para visitar el Studentenkarzer, una especie de "cárcel" donde encerraban a los estudiantes que se portasen mal por la noche. Heidelberg ha sido una ciudad universitaria desde la edad medieval y durante casi cinco siglos disfrutó de una jurisdicción propia para los universitarios, ¡por lo que pudieron emplear esta prisioncita hasta el año 1914! Es muy interesante poder ver y leer los "graffitis" que hacían los estudiantes de aquellas épocas, y sin duda constituye una atracción turística bastante particular. Además, justo delante me encontré con una gran iglesia que me asombra muchísimo por su blancor en el interior, lo que llevaba días sin pasarme al visitar tantísimas iglesias, las cuales ya me parecían todas iguales.



Después, sigo recorriendo la calle principal hasta la plaza del mercado o Marktplatz, donde se encuentra la catedral y muchísimas tiendecitas de recuerdos, donde compro una bandera de Alemania como souvenir. En un restaurante de allí, probé por primera vez y con mucha ilusión auténtica y típica comida alemana. La comida en concreto está arriba y he de decir que estaba buenísima, lo mejor que he comido en todo el viaje con mucha diferencia. Una vez el plato acabado, voy por la pintoresca Kornplatz hasta la estación del funicular que te sube a la colina del castillo de Heidelberg.




Sinceramente, el recorrido con el funicular me decepcionó un poco, porque me pensaba que podría ver las vistas durante el trayecto, pero este pasaba bajo tierra. Sin embargo, el panorama desde arriba de la colina llamada Königstuhl, literalmente silla del rey en castellano, era increíble y el complejo del Heidelberger Schloss (palacio de Heidelberg), mucho más grande de lo que me esperaba. Pero más inesperada es la historia de este castillo ahora en ruinas, fue construido originalmente en el siglo XIII y destruido numerosas veces durante diversos conflictos militares como la guerra de los Treinta Años o las guerras napoleónicas, así como varios incendios. Después hubo varios intentos de reconstrucción parcial y cuando por fin se empezaron a llevar a cabo cayó otro rayo provocando otro incendio, una vez los destrozos arreglados volvió a caer otro rayo al mismo lugar, por lo que todo incentivo de reconstrucción quedó atrás y altamente mitificado.


El complejo que visito ahora ha sido muy bien y parcialmente restaurado, así como convertido en un símbolo para los habitantes de Heidelberg. El espacio verde que constituyen los diversos jardines es enorme y hay muchísimas rutas de senderismo que parten de ellos colina arriba y abajo. Además de que las vistas panorámicas desde la Scheffelterrasse son extraordinarias. También cuenta con un museo apotecario y visitas por los restos interiores del castillo, pero desgraciadamente todo está en obras e, incluso, hay partes de los jardines inaccesibles, por lo que me lo tomaré como una excusa para tener que volver.





Vuelvo a bajar al casco antiguo de la ciudad para dirigirme hacia el portalón del puente viejo de Heidelberg, el cual es sin duda el signo más distintivo e icónico de la ciudad. Pero antes me detengo a merendar unos bombones típicos de la ciudad: los Studentenküsse o besos de estudiante en castellano, en la cafetería Konditorei Knösel, la cual lleva el nombre del pastelero que los inventó en el siglo XIX. Knösel se dio cuenta de que las jóvenes de aristócratas y los estudiantes universitarios frecuentaban ambos su café, pero estaba muy mal visto que se hablaran entre ellos, por lo que los chicos estudiantes empezaron a encomendar estos dulces para las hijas burguesas siendo indirectamente como un "beso de los estudiantes". De ahí viene la historia de esta golosina transformada en símbolo de la ciudad e, incluso, del país entero, dado que en muchas visitas de estado se ofrecen estos dulces a los mandatarios extranjeros.




A continuación, cruzo el puente para subir la colina, llamado Heiligenberg, que queda al otro lado del río Neckar, afluente directo del Rin. Toda la zona es un gran complejo de bosques, ruinas históricas, caminos de senderismo y mucho más, que se extienden por una grandísima superficie, de verdad que me sorprende muchísimo la amplia oferta que tienen las ciudades alemanas en cuanto a rutas verdes que se pueden hacer en sus proximidades. Yo decidí subir por el Schlangenweg, con unos caminos bastante empinados, estrechos y con unas paredes bastante altas que te hacen sentir como en un laberinto. Estoy mucho rato, más de lo que querría, pero los miradores que hay a través del recorrido son magníficos y la rutita desemboca en el camino principal: el de los filósofos o Philosophenweg. Como indica su nombre, los filósofos y estudiantes de filosofía de la ciudad utilizaban el camino para filosofar, y no me extraña con lo largo que es, de verdad que las distancias en google maps parecían mucho más cortas, pero tampoco me quejo demasiado debido a la belleza del paisaje.




Acabo mi día en Heidelberg bajando la colina y finalizando el camino de los filósofos. Me ha encantado la ciudad y la definiría con la palabra "cultura", cada rincón explica una historia y cualquier nombre que te puedas encontrar no puede ser una casualidad, segurísimo que este contiene una buena anécdota. No es una ciudad para ver en un día como he hecho yo, me hubiera gustado estar mucho más tiempo para descubrir más detalles y caminar las mil rutas que parten de la ciudad. Parece muy repetitivo, pero no puedo recomendar más este destino, como todos los demás, pero sobre todo por la oferta cultural que ninguna otra ciudad de la ruta, a pesar de ser más grandes, me ha ofrecido de momento.

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