La Capital de la Suiza romanda.
Después de muchísimas horas en coche, llego a Ginebra. A pesar de ser una gran ciudad de Suiza, está literalmente rodeada por Francia y su área metropolitana se extiende por el país vecino, por lo que apenas cruzar la aduana, junto con los tranvías y buses que también la atraviesan como si nada, ya te encuentras bien dentro del bullicio de la ciudad. Eso sí, al entrar en el país helvético es necesario comprar una vignette, la cual permite circular tanto a suizos como a extranjeros por toda Suiza durante un año.
Me alojo muy cerca del barrio de Pâquis-Nations, donde se encuentran las Naciones Unidas y diversas organizaciones internacionales como la Organización Mundial de la Salud y el Fondo Monetario Internacional. Es por ello que en toda la ciudad de Ginebra se respira un ambiente muy cosmopolita y se puede ver gente de cualquier parte del mundo. De hecho, me sorprende muchísimo la multiculturalidad de la calle donde se encuentra mi propio hotel, justo debajo había una barbacoa coreana, adelante una cafetería egipcia entre un restaurante tailandés y un pequeño supermercado mongol.
Acto seguido, me voy dirección al grandísimo lago que bordea la ciudad con los preciosos Alpes de fondo, le lac Léman, parte de cuyas aguas van a parar al Rin. Allí veo el monumento más importante y característico de la ciudad, le jet d'eau, una fuente en medio del lago que bombea agua hasta más de 140 metros de altura. Incluso, bien adentro la ciudad y alejado de la zona podía seguir viendo el salto de agua, era verdaderamente impresionante y un sello único para la ciudad.
Los hoteles suizos siempre ofrecen a sus huéspedes transporte público gratuito, lo que me incluye los pequeños barcos que atraviesan le lac Léman, por lo que he decidido subir con ellos con el fin de acercarme al centro histórico de la ciudad. Durante el trayecto se me hace evidente lo que ya llevaba notando un buen rato: la calidad de vida suiza. Cerca del lago hay playas artificiales y piscinas a ras de agua llenas de gente disfrutando del sol, el agua es cristalina a pesar de ser una gran ciudad, incluso puedo ver el fondo, es increíble. El barco me deja en el jardín inglés desde donde comencé a adentrarme al núcleo de la ciudad por la conocida rue de la Croix-d'Or, donde se encuentran la mayoría de tiendas de marca.
Una vez recorrida la famosa calle llena de tiendas, me inmerso en el pequeño casco antiguo ginebrino, parece que de repente entre en un pequeño pueblo suizo. De hecho, se parece tanto a un pueblo que, incluso, me encuentro una pequeña viña municipal en el corazón de la ciudad.
Al salir, por el otro lado del centro histórico, me encuentro elevado ante un gran pulmón verde de la ciudad: le parc des bastions, así como del banco más largo de Europa o banc de la Treille. Decido bajar y entrar, me sorprende muchísimo la cantidad de pintoras y pintores sentados por todo el parque. Después descubro que la facultad de artes y letras de la universidad ginebrina está dentro y no me extraña, el lugar tiene una atmósfera perfecta. Además, hay tableros de ajedrez gigantes y mesas de ping-pong, en las que grandes y pequeños juegan. Aparte de eso, el parque está repleto de esculturas y fuentes antiguas, incluso un pequeño palacio, pero sobre todo hay que destacar el muro de los reformadores con estatuas gigantescas de figuras importantes de la Reforma protestante.
Más tarde, salgo del parque por la place de Neuve, donde se encuentran tanto el conservatorio como el gran teatro de la ciudad. Justo allí veo deteniéndose el tranvía que va hacia las Naciones Unidas, por lo que decido subirme. Aunque parezca surrealista, al llegar hay un monumento gigante de una silla rota delante del edificio. Simboliza una campaña de los años 90 contra las minas antipersona y, de hecho, su exposición iba a ser temporal, pero las ciudadanas y ciudadanos de Ginebra decidieron dejarla como reclamo turístico. Todo el entorno del palacio de las Naciones Unidas es un gran parque con varios museos y monumentos, desgraciadamente el acceso al complejo estaba cerrado por obras, por lo que sólo pude verlo desde fuera.
Vuelvo a coger el tranvía para ir donde lo había encontrado anteriormente y desde allí paseo por el lado del Ródano, río que nace allí mismo del lago Léman. Me sigue sorprendiendo que el agua esté tan limpia, de la misma manera que enloquezco con los precios que veo, entro a un McDonald's y el menú básico que aquí podría costar 7€ allí vale 17, pero en la divisa local. En Suiza no emplean el euro, pero he de admitir que en ningún momento pagué nada en francos suizos, en todas partes me aceptaban los euros, el cual también me asombró muchísimo. Continuando por el paseo del río hay algunas islitas interiores preciosas y con monumentos como l’île Rousseau, además de que los puentes que lo cruzan, llevando las banderas de la ciudad y el país, embellecen enormemente el paisaje.
Otro hecho característico de la ciudad es la obsesión por los relojes y, por tanto, las relojerías. Parece que en cada esquina te encuentres una tienda de Rolex e, incluso, algunos monumentos tienen como objeto principal un reloj o relojero.
Una vez llegado al barrio de Pâquis, cerca de la gran fuente, voy a cenar a un restaurante típico suizo muy pintoresco que se llama Auberge de Savièse. Nunca había probado una fondue y me hizo mucha ilusión, además estando en Suiza. También probé una raclette, pero era básicamente el mismo concepto de queso caliente simplemente en menos proporción y en un plato. Aparte de eso, el restaurante está muy bien ambientado y en la entrada te ofrecen un trozo de strudel aux pommes con zumo de manzana.
Al día siguiente durante el "check-out" en el hotel, la recepcionista me dice el número noventa, pero de una manera muy diferente a lo que tenía aprendido en francés. Por lo que ella me explica al verme todo confundido, se ve que en la parte francófona de Suiza en lugar de decir enrevesadamente como en Francia: "quatre-vingt-dix" (cuatro veces veinte más diez), para decir esta cifra simplemente dicen "nonante". Le agradezco mucho que me lo explicara, de la misma manera que agradezco mucho mi estancia en la ciudad. Aunque con poco tiempo, Ginebra me ha parecido una ciudad espectacular y estoy seguro de que los alrededores repletos de pequeños pueblos alpinos entre montañas y arroyos, así como cerca del precioso lago lo deben de ser aún más.
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