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Àlex Soliva Fò

ESTRASBURGO

La Capital de Alsacia

Me despido de Alemania y justo al cruzar el Rin, frontera natural entre Francia y el país germánico, ya me encuentro en Estrasburgo. La ciudad está tan próxima a la frontera que puedes cruzarla incluso mediante el tranvía municipal. De hecho, la lengua hablada y originaria de esta región, Alsacia o Elsass en alsaciano, es de origen germánico, por lo que se parece mucho más al alemán que al francés. Muchas calles tienen sus carteles en las dos lenguas, pero he de admitir que no se escucha mucho alsaciano por la calle. Desgraciadamente, el idioma regional se ha perdido muchísimo, lo que es una pena y una lección para que lenguas como el catalán se cuiden más. Aquí algunos ejemplos de carteles que me voy encontrando por Estrasburgo, que en alsaciano se llama: "Strossburi".

 

Desde que entro en la ciudad, quedo totalmente boquiabierto. Parece que todo Estrasburgo sea en sí un enorme casco antiguo, donde todas las casas son de colores y de entramado de madera o como les dicen localmente "maisons à colombages". No tengo palabras para describir la sensación de pasear por una ciudad tan bonita. Concretamente comienzo mi aventura estrasburguesa en la place Kléber, donde hay un pequeño mercado que no me permite enseñar lo hermosa que es la plaza.



Allí visito las famosas Galeries Lafayette, el equivalente al Corte Inglés francés. Sigo por las calles estrasburguesas hasta llegar a la enorme catedral. De verdad que las fotografías la hacen pequeña, durante más de 200 años fue el edificio más alto del mundo y no me extraña para nada, gracias a sus casi 150 metros de altura. En una plaqueta encontré la siguiente frase de Edgar Quinet que resume bastante bien la grandiosidad sentida ante esta colosal catedral:


J’aime cette cathédrale si près de moi, j’aime surtout le voisinage du Rhin. Il me fait penser à tout ce qu’il y a d’illimité dans l’histoire.


En esa misma plaza, aparte de casitas preciosas que ya se han convertido en la normalidad en toda la ruta, también está el palais Rohan que acoge tres museos diferentes en su interior y que importa un estilo más parisino en la zona.

 


A partir de allí me acerco al río Ill, afluente directo del Rin, para pasear a su lado. Todos los puentes están decorados de flores, es magnífico. De hecho, el centro de la ciudad es una gran isla rodeada por este río declarada patrimonio de la humanidad por su belleza. Cada calle se supera y también me gusta mucho que Estrasburgo sea una ciudad donde se palpite tanta historia. De hecho, como al lado de un mercado de antigüedades y probé el plato alsaciano por excelencia: Flammekueche, una especie de coca salada que estaba buenísima.

 


Acto seguido, me dirijo al barrio de la Petite France, un complejo de barrajes y canales rodeados por las casitas más antiguas y auténticas de la región en Estrasburgo. Es sin duda la atracción principal de la capital alsaciana y el símbolo de la ciudad. Desde el barrage Vauban, se tienen unas vistas increíbles sobre los quais junto con sus tres torres sobre la trifurcación del río, una estampa impresionante que no puede dejar indiferente a nadie que tenga ojos.

 





Después, vuelvo a cruzar toda la isla hasta la otra punta. A pesar de ya haber pasado por muchas de estas calles se me hace imposible no encontrar nuevos detalles y monumentos que fotografiar. Llego a la place Broglie, donde se encuentran la ópera y el ayuntamiento, donde se cantó por primera vez La Marsellesa, el himno nacional de Francia. Justo allí cruzando el río, está la enorme plaza de la República que es más bien un pequeño parque por su verdor, rodeada de cinco edificios monumentales, como el palacio del Rin, la biblioteca universitaria y el gran teatro. Toda esta zona se llama Neustadt (ciudad nueva en alemán), dado que fue construida en el período en que Estrasburgo formaba parte del imperio alemán.


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Continúo mi recorrido paseando junto al Canal du Faux-Rempart, evidentemente todo el paisaje sigue siendo maravilloso, pero ya ni me sorprende. He de decir que me encanta el concepto francés de los "quais", que traducido en este caso serían como los andenes de un río o canal y que a lo largo de todo mi viaje por la ciudad veo llenas de gente dándole muchísima vida al ambiente. Me recuerda a los quais parisinos cerca del Sena.

 

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Una vez terminado de ver lo que tenía en mente, me dejé perder por las callejuelas estrasburguesas y, en especial, comencé a comprar decoraciones navideñas. Hay muchísimas tiendas dedicadas a esta festividad y el ambiente de la ciudad en sí ya te invita a ello a pesar de estar en pleno agosto. No puedo estar más seguro de que venir a Estrasburgo en diciembre debe ser una experiencia aún más mágica, de hecho, uno de los primeros mercados de Navidad de la historia fue instalado en la plaza de la catedral en el siglo XVI, por lo que es una ciudad pionera en el tema y una reconocidísima capital europea de la Navidad.


Finalizo mi estancia en Estrasburgo en la plaza de Gutenberg cerca de su famoso carrusel y comiendo una especialidad alsaciana muy arraigada en la región: los Kougelhopf. Llevaba todo el día viéndolos en las pastelerías y en cualquier tienda te vendían los moldes para cocinarlos. También he de admitir que me voy a comer uno pequeño, ya que los que vi podrían ser fácilmente dos veces mi cabeza.

 

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Al día siguiente, antes de marchar hacia Colmar y Basilea, visito el Parlamento Europeo de Estrasburgo. Anteriormente, ya he mencionado que la capital de Alsacia había sido alemana y, de hecho, durante muchos siglos toda la región fue disputada entre los dos países y sus predecesores, por lo que el hecho de que el Parlamento de Europa se encuentre en esta ciudad es un símbolo de paz entre ambas naciones, así como del continente en general. A menudo he escuchado hablar alemán por sus callejuelas medievales y la arquitectura es un buen testimonio de esta encrucijada cultural, que también consolidan la ciudad como una capital europea, alojando una de las instituciones principales y otras como el Consejo de Europa o el Tribunal Europeo de Derechos Humanos. En efecto, se trata de todo un barrio dedicado a muchísimas sedes de organismos supranacionales.


En cuanto al propio parlamento que tengo la suerte de visitar por dentro, es enorme con muchísimos pisos y pasillos, y donde fácilmente me perdería. Nunca había estado en un edificio, donde el ascensor tenía más de 15 botones. Hay bastantes exposiciones y es muy curioso poder ver por dónde nuestros dirigentes deambulan diariamente, sobre todo al grandísimo hemiciclo que siempre vemos en las noticias. Además, los visitantes podemos disfrutar de las vistas desde la terraza panorámica de arriba del edificio y se agradece mucho que el acceso a todo el complejo sea gratuito y muy bien guiado en cualquier idioma de la Unión.

 

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Después de esta visita, sigo bajando el Rin. Me llevo un muy buen recuerdo de Estrasburgo y volver durante la época navideña se me hace una necesidad. Sé que me hago repetitivo, pero todas las fotografías que pueda poner en este blog no le hacen justicia a una ciudad tan bonita y bien hecha como esta, de verdad que hay que ir y vivir el ambiente en persona para entenderlo. ¡Hasta pronto, Estrasburgo!



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